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Llego la paz !, dicen

Con cuatro tiros en la espalda me encontraron en el borde de la cañada. Dicen que en algo andaría metido, que el que nada debe nada teme. Volvía tarde de la vereda después de varias partidas de billar. Del suelo grisáceo iluminado por la luna se levantaba una estela de polvo tras mis pasos. Tras recorrer cien metros, la vista ya se adapta a esa tenue luz que crea figuras danzantes entre los matorrales. Pasé al lado del peñasco donde dicen que se esconden los espíritus. Tras años recorriendo el mismo camino ninguna ha salido a mi encuentro, pero ya es lo último que me atemoriza.

 

A lo lejos veo tres figuras. No distingo rostros pero adivino gestos familiares. Son los tres que todos conocen. Les llaman “los pájaros” y alzan sus vuelos al caer la noche. Sé que ellos me han visto, sé que dar media vuelta o desviarme sería peor. Ahora es cuestión de azar, que no me reconozcan. Mis palpitaciones son tan fuertes que temo que las escuchen. Nos cruzamos, levanto la barbilla y saludo afablemente, que no se note el miedo. Apenas me responden, pasan de largo. Suspiro de alivio y relajo los músculos. Craso error. Como si hubiera percibido mi angustia el del medio se gira y me interpela “Oiga espere, yo a usted de qué lo conozco”. “ No sé- le respondo de un aliento, y para disimular añado -  usted sabe que por aquí nos conocemos todos”-. Ladea la cabeza, siento cómo frunce el ceño “¿Usted no es el que el otro día dijo aquello en tal sitio?”. Le digo que sí, y veo que la mano se dirige hacia al cinto. “De pronto fui yo, pero ya sabe que uno a veces habla por hablar”...  “Y usted para quién trabaja”. “¿Yo? Trabajo en lo que resulte”. “Vé, yo si trabajo para alguien. Usted sabe quién, ¿no?”. “Si, yo sé” mi voz tiembla y el miedo, ya evidente, dirige mi mirada al suelo. “Bueno, pues ya sabe... Cuídese”. “Bueno, bueno – digo con voz aguda, como agradeciendo un favor - hasta luego”. Me giro, doy dos pasos. Parece que alguien está de fiesta porque escucho el estruendo de un petardo, al mismo tiempo una avispa me pica la espalda y arde, luego otra. El impacto de mi cuerpo sobre la tierra levanta el polvo y ese olor tan familiar es el último que recuerdo, aquél que se produce cuando llueve.

 

El año pasado la cifra rondó los setenta. Escribo estas líneas el 22 de enero y hasta el momento ya van seis. Así caen, como hojas de un calendario, los activistas en Colombia. La última, Emilsen Manyoma junto con su compañero Joe Javier Rodallega. Lector, mientras su mirada recorre estas líneas el número aumenta.

¡Llegó la Paz! Sí, la blanca paloma ya vuela en Colombia. También lo hace en Chile, México, Brasil, Honduras y Guatemala. Ya podemos presumir de formar parte de esos países en los que sobre el papel el Estado puede dedicarse tranquilo a sus asuntos, sin tener que estar gastando municiones en las montañas. A pesar de ello, a Macarena Valdés la mataron con 32 años en el Liquiño (Chile); en Iguala vivos se llevaron a 46 estudiantes y de ellos nada se ha vuelto a saber (México); a Dorothy Stang, una monja de 76 años, la asesinaron mientras se paseaba por la selva con su biblia (Brasil); en la mañana del 3 de marzo del año pasado un sicario mató a Berta Cáceres en su casa (Honduras); a Carlos Hernández lo acribillaron en su vehículo a las 8:30 de la mañana (Guatemala).

 

Ahí está nuestra paz, sinónimo de tragedia si justos reclamos de muchos no son del agrado de algunos. Que el proceso de paz no se limite a proceso de desarme de un grupo armado. Que realmente se consolide la paz social en Colombia que permita crear un verdadero Estado Democrático garante de los derechos de sus ciudadanos. El desafío de los colombianos no es acabar con este o aquél grupo armado. La verdadera pugna yace en erradicar las causas del conflicto, porque no son los rebeldes los que provocan los problemas, sino los problemas los que provocan  los rebeldes. Y para muestra un botón: la primera tentativa de un acuerdo con las FARC-EP tuvo lugar en los años ’70 y fruto del diálogo nació un nuevo partido político: “la Unión Patriótica”. Poco después comenzó la purga de todos sus miembros (unos 5000) que concluyó con  la desaparición del partido y el retorno a la guerra.

 

En Colombia se predica un mesianismo inverso que hace pensar que el país es la excepción negativa de todo lo que pasa en el mundo. Por “fortuna” en esta ocasión podemos probarnos lo contrario. En América Latina ya han habido otras Colombias, las FARC-EP son longevas, pero no precursoras de nada. Otros países ya han hecho procesos de paz, basta con dejar de mirarnos el ombligo para ver los resultados y saber si es eso lo que queremos.


                                                                                                                         Dani Arboleda
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